Aquel cielo….

Quizás fue la primera vez que vi el cielo al anochecer, o tal vez fue la última, pero un recuerdo hermoso es un recuerdo hermoso, no importa cuándo empiezas a recordarlo. Tan solo importa su belleza, su intensidad y su significado.

Lo que narraré a continuación, querido lector, es un recuerdo que me atrapa por la trascendencia que tuvo en mi vida. Un recuerdo bello. Un recuerdo con significado. Un recuerdo intenso.

Cuando echo la vista atrás vuelvo a ser un niño asombrado e impresionable que estaba descubriendo el mundo. Supongo que fui un niño maravillado por la vida, demasiado sensible, pero también valiente y con arrojo cuando se peleaba con compañeros de más edad en el patio del colegio o cuando, por ejemplo, debía asumir las culpas por haber hecho alguna gamberrada.

Con todo, puedo asegurar que fui un niño feliz. Tuve una infancia completa y llena. Fui afortunado, pues no hay persona más dichosa que aquella que cierra las etapas de su vida dándoles un sentido.

Tuve muchísimos y queridos amigos. Al salir del colegio nos reuníamos los compañeros que vivíamos en el mismo barrio para jugar en la calle, que se convirtió en el mejor patio de recreo de todos los que podíamos soñar.

Ya entonces podía intuir como eran mis compañeros y mis amigos por dentro. Quizás era un don, quizás empatía, pero acertaba siempre. Sencillamente sabía si esa persona valía la pena. Os puedo asegurar que ya en la niñez había mucha diferencia entre unos y otros.

Teníamos unos compañeros en clase que, cuando se reunían, se dedicaban a matar animalillos de formas horribles. Yo no lograba entender dónde estaba la diversión en torturar a esas pobres criaturas. Más tarde comprendí que esos niños crueles que mutilaban en vida a esos animales indefensos se convertían en déspotas directivos, en trabajadores sin escrúpulos, hombres incapaces de dar nada a cambio de nada (lo único que daban sin proponérselo era sufrimiento y miseria), personas sin capacidad de amar pero con ingentes recursos para odiar.

Un día, yo debía de tener unos siete años, me enfrenté con un compañero en el patio del colegio que había estado “jugando con lagartijas”. El juego consistía en cortarles la cola y después, encender un cigarro y meterlo en el morro del pobre reptil. El resultado: vísceras y sangre por doquier al llenarse el vientre de humo.

Indignado al ver su “juego” me acerqué sin disimulo y le di a mi compañero de clase un empujón que lo tiró al suelo. Al chocar contra su propia mochila repleta de libros, se cortó el labio y empezó a sangrar. Inesperadamente aquel chaval empezó a llorar, se levantó recogiendo su mochila y prometió venganza entre sollozos.

La venganza.

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Pocos días más tarde, al anochecer, yo estaba tendido contemplando el cielo en el parque cercano a casa mientras que Ram, nuestro perro, olisqueaba algo.

De repente noté una presencia cerca de mí. Al percibirlo creí que era un amigo del colegio pero de repente noté como me quemaba el rostro un líquido se extendía desde mi frente hasta la barbilla. Recuerdo el dolor. ¡Dios cómo dolía!

Aquel compañero de clase con el que me peleé me lanzó un líquido, que resultó ser ácido sulfúrico. Quedé desfigurado.

Recuerdo ese anochecer vivamente. Dicen que los invidentes que por un accidente se vuelven ciegos repentinamente, tienen un recuerdo especialmente significativo que los acompaña en su ceguera como la primera vez que dejaron de ver

Yo recuerdo aquel cielo que roban las estrellas a la Luna.

Y la Luna, que se lo roba al Sol. La misma Luna que se entrega completa para mí, en mi recuerdo.

Fue la última vez que vi el firmamento. Y la primera.

Un recuerdo doloroso pero bello.

Autor: Pablo

Hola a tod@s!! Empiezo de nuevo la aventura del blog para convertirlo en un espacio abierto para expresar "mis cosas". Todo aquel que quiera aportar algo es bienvenido.Espero que os guste.

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